A todos los agoreros
He vivido el carnaval desde muchos ámbitos diferentes. De pequeño, comencé mi andadura carnavalera en la desaparecida comparsa «Los del Rivillas». En mi adolescencia, abandoné los ritmos y bailes comparseros en pro de mi beneficio personal. Ir al pueblo en carnavales suponía poder salir libremente sin que mis padres tuviesen que vigilarme o ponerme hora de recogida, pero sin renunciar a abandonar mi disfraz. Y fueron años muy buenos. Eso sí, los lunes seguía disfrutando del carnaval pacense, y de las noches que se convertían en días. El desenfreno más absoluto que acababa en más de un dolor de cabeza, y no siempre debidos al alcohol.
Con mi hermana en la comparsa «Los Piratas del Rivillas». Año 1988. |
Ya más mayor descubrí otro tipo de carnaval, gracias al concurso de murgas, que siempre había seguido y siempre me había gustado, pero que hasta que no viví por casualidad desde el teatro no me enganchó del todo. Entonces hallé un mundo nuevo. Me di cuenta de que había carnaval más allá del botellón, y empecé a disfrutar la fiesta de una forma diferente, aunque comparable a lo que habría sido seguir disfrutándola en comparsa.
Las mañanas de cola en el teatro López de Ayala para conseguir entradas para la final (para preliminares no era necesario), las noches de teatro a grito de «¡camarerooooo!», los domingos de actuaciones murgueras de bar en bar, la entrega de premios del martes… todo eso también era carnaval, y comencé a disfrutarlo.
Resultado de la primera vez que alguien hacía cola desde el día antes Sí, fuimos mis amigos y yo. Año 2007 |
Conocí el amor, al igual que muchos, a través de los Carnavales. Mi madurez como persona fue paralela a la madurez del concurso de murgas, que año tras año mejoraba en número de agrupaciones, calidad de las mismas, originalidad, letra y música, y hasta en los decorados, que llegaban a ser la envidia de cualquier representación teatral.
Me enseñaron que nuestro carnaval no es el único del mundo, y que hay otros dignos de ser admirados, aunque no sean el mío. Y los admiré.
Descubrí que la amistad carnavalera dura 365 días al año, y que aquellos con los que empiezas compartiendo unos carnavales, acaban resultando indispensables en tu vida.
Con Las ChimiXurris y Los Chirigallos antes del desfile. Año 2010. |
Escuché y comprendí letras que, en perfecta comunión, aunaban crítica y humor, asumiendo una responsabilidad social que pocos hoy día asumen, y que llegaban cada vez a más y más gente.
Vibré con nuevos ritmos y bailes carnavaleros que llegaban a las comparsas, y que las transformaban, dejando de ser personas disfrazadas en movimiento, haciéndoles verdaderos intérpretes de un disfraz, capaces de proyectar sentimientos y de llegar a nuestros corazones.
Una genialidad de la comparsa Cambalada, con ritmos y bailes de Michael Jackson. Desfile de San Roque. Año 2014 |
Por todo ello, y por muchas otras razones que, más que razones, son sentimientos, imposibles de explicar si no los vives, no puedo más que sentir lástima por quienes critican una fiesta que no conocen, por quienes se quedan en el pobre titular de una noticia proyectada por un medio que, lo único que busca, es llenarse los bolsillos. Aquellos que hablan de una fiesta que copia a otras, y que desconocen que tiene identidad propia, que se nutre de otras, pero que también nutre y es digna de imitación.
Con mi disfraz de «Chirigallo» disfrutando el carnaval desde primera hora del día. Año 2014 |
A todos los agoreros que resumen el carnaval en un mero botellón, del mismo modo que otros resumen el fútbol en «un tío dando patadas a un balón», la historia y el patrimonio de una ciudad en «cuatro piedras viejas» o la cultura y el arte en «tres cuadros mal pintaos» les invito a descubrir un mundo de sensaciones, de música y de poesía, de crítica, humor y reivindicación, de sarcasmo e ironía, de amor y amistad, de diversión compartida, de genialidades improvisadas y conversaciones trascendentales.
Porque un disfraz no cambia a la persona, pero sí le da la libertad para desinhibirse, expandirse y engrandecerse.
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